viernes, 12 de febrero de 2010

Graciela Olmos...La Bandida

Esta es una entrevista del sr. Leonardo Paez a la pintora, escultora y musicóloga Estrella Newman, biógrafa de Graciela Olmos...La Bandida.


Por el rumbo de Chihuahua

donde la vida se juega

al palo de una baraja

o en un tiro de rayuela,

donde se chamusca el alma

por una ingrata rejega

y se empeña el corazón

con toda la sangre anexa.



Por un cachito de suelo

o un grito de bandera

en ese Norte encantado

donde los cielos se abrevan

una noche de fandango

abrió los ojos Graciela.

Estrella Newman/Alberto Domingo


Contra lo que muchos afirman, la Olmos no nació en 1896, sino en 1895 y tampoco es originaria de Irapuato o de León, Guanajuato, sino del municipio de Casas Grandes, Chihuahua, concretamente de la hacienda de La Buenaventura, donde su padre era caporal y gozaba de ciertos privilegios por parte del patrón.

"Sin embargo, desde muy niña, Graciela sintió en carne propia el mordisco de la injusticia. Era la sirvienta exclusiva de las hijas del patrón, un hombre amargado que quedó viudo muy joven luego de procrear con su mujer dos hijas que eran el azote de la hacienda.

"Graciela tenía que sacar muchos baldes de agua de una noria para regar las plantas, darle de comer a los animales y limpiar el enorme caserón de la hacienda, e inclusive llegó a sentir los fuetazos del patrón por no terminar a tiempo las tareas que se le habían encomendado", relata Estrella.

-¿Por qué el sobrenombre de La Bandida?

-En la primera década del siglo XX, Francisco Villa, el original; Chuy Trujillo, Doroteo Arango, que adoptaría el nombre y apellido de Villa a la muerte de éste, y José Hernández, antiguo maestro apodado El Bandido, comenzaron a asaltar haciendas para luego quitarse la etiqueta de gavilleros y ponerse la de revolucionarios.

"Los hacendados comenzaron entonces a contratar gatilleros para defender sus propiedades. El patrón de La Buenaventura ajustó a más de 60 pistoleros a sueldo, que sumados a los que tenía de planta hacían un contingente de más de cien hombres. Hasta allí llegaron los revolucionarios mencionados y arrasaron con todo y con todos, asesinando su gente al patrón, a sus hijas, a una tía de éstas y a muchos trabajadores de la hacienda, incluidos los padres de Graciela, quien tuvo que huir en compañía de Benjamín, su único hermano.

"Por azares de la vida, años más tarde, cuando ella, de 18, está en un internado de monjas, en Irapuato, vuelve a encontrarse con El Bandido. Las circunstancias de tan increíble rencuentro están en el libro. El caso es que Graciela acaba casándose con él, adquiriendo el apodo y las obligaciones de toda soldadera. Posteriormente El Chato Guerra la promovería en el medio artístico como La Bandida."


Heroínas de carne y hueso


Estrella Newman añade que "huyendo de la tragedia que habían vivido en Chihuahua los hermanos Olmos, Graciela y Benjamín, quien andando el tiempo se haría sacerdote, lograron llegar a la ciudad de México en 1907, donde entre otros oficios vendían periódicos y dormían en los pórticos de las iglesias", refiere con fruición la maestra, que a lo largo de 15 años de charlas y confidencias pudo recabar de La Bandida los pormenores de su extraordinaria vida, que serán conocidos en un libro de inminente aparición, imaginativamente ilustrado.

"Una pareja porfiriana -prosigue Newman- la recoge, la adopta y la manda a aprender a leer y a escribir en el colegio de Las Vizcaínas. Pero con la caída de Porfirio Díaz la pareja se va a vivir a España y envía a Graciela a un internado de monjas en Irapuato, donde en vez de alumna acaba como sirvienta, pues los padres adoptivos dejaron de mandar dinero para su educación.

"Allí ocurre el increíble rencuentro y matrimonio religioso, como condición para dejar el internado, con José Hernández, El Bandido, y a su lado inicia su etapa como soldadera, en la que nutrirá su existencia y su inspiración al conocer y convivir con futuras leyendas de carne y hueso, como Petra Herrera -autora del corrido Carabina 30-30-, Juana Gallo, La Sol, La Valentina, Marieta y Adelita, esta última una joven de buena familia de Ciudad Juárez que por su dedicación alcanzó el grado de coronela de la Cruz Blanca, que atendía heridos de ambos bandos.

"Así que la fecunda inspiración de Graciela Olmos como compositora de corridos -continúa Estrella- no es urbana ni de oídas, sino que brota de la vida vivida en el frente de batalla como miembro de las fuerzas villistas. Fue una auténtica juglar de la época revolucionaria que además, ya en la ciudad de México, retrató en nuevos corridos, ahora citadinos, a infinidad de personajes, antiguos conocidos o políticos nuevos que desfilaron por sus casas, pues conforme crecía la ciudad o cambiaban los funcionarios, ella tenía que reubicar la suya.

"Por eso, junto a corridos tan buenos como Siete leguas, Benito Canales, el de Durango, o Benjamín Argumedo, hay boleros de la calidad de La enramada, que han grabado tantos tríos y solistas, y La diosa del mar, mejor conocida como La carabela, éxito póstumo de Javier Solís. Las letras de varias composiciones a políticos, militares, empresarios y demás, aparecen en mi libro, y junto va la música, para que los lectores puedan cantar y divertirse con esos corridos, que en aquel entonces no se podían cantar en público sino en un salón privado. A los aludidos podían gustarles o no, pero nadie chistaba. A Ruiz Cortines, recién llegado a la Presidencia, le compuso uno que decía entre otros versos:

La Bandida ya no puede

con la ley de la mordaza,

va a empezar a abrir la boca

y a ver qué cabrones pasa...


Líderes y gobernantes

todititos son igual,

el pueblo se muere de hambre

y ellos usan Cadillac...

"Chela me contó que La Adelita es de la inspiración de Juan del Río, un seminarista con grado de sargento que se enamoró perdidamente de la soldadera, a la que acompañaba como su sombra y le compuso el famoso y bello corrido con un organillo de boca. Fueron de tal calidad y por tantos años los servicios prestados en el frente por Adela Velarde, que así se apellidaba Adelita, que Venustiano Carranza la condecoró con la Medalla al Valor y le otorgó el grado de coronela del Ejército Constitucionalista. Fueron amigas toda la vida, Chela en sus casas y Adelita trabajando 30 años en el Archivo General de la Nación. La última vez que se vieron fue en un banquete que les ofreció el gobernador de Hidalgo, Quintín Rueda Villagrán, en Real del Monte."


Regreso a la ciudad de México


Prosigue la biógrafa: "A los 20 años de edad Graciela Olmos queda viuda de José Hernández, El Bandido, quien murió en la batalla de Celaya, y decide volver a la ciudad de México. Allí se dedica a jugar, fuerte, al póquer y, para colmo, se ve involucrada en la venta de joyas junto con Juan Mérigo, de la Banda del automóvil gris, por lo que a finales de 1922 se traslada a Ciudad Juárez. Al enterarse del asesinato de Francisco Villa, en 1923, cruza a El Paso, Texas, donde el general villista Rodrigo M. Quevedo la incorpora a un negocio insólito: la fabricación de whisky en Ciudad Juárez y su venta en Chicago.

"Graciela era mujer de trabajo, de organización y de agallas -continúa Newman-, por lo que pronto la pusieron al frente de un distrito en esa ciudad, precisamente en los dominios de Al Capone, quien complacido por el desempeño de sus socios mexicanos cierta vez invitó al general Quevedo y a La Bandida a su lujosa mansión, donde ofrecía una gran fiesta a miembros de la mafia. Ahí, recordaba Olmos, el mismísimo Capone le pidió que cantara Cielito lindo, La cucaracha y La Adelita, esta última se la acompañó en español el famoso y temible gángster.

"Pero no todo eran brindis y fiestas, por lo que al poco tiempo Graciela decidió mejor 'pelarse', en ambos sentidos, ya que se cortó el pelo y vestida con un traje de hombre a su medida, sombrero y un maletín con 46 mil dólares, burló a un aburrido policía en el hotel y enfiló presurosa rumbo a la frontera mexicana. En 1929 encontró en Tampico al Chato Guerra, promotor artístico, quien luego sería el dueño del cabaret Folies Bergere en la capital, pero que entre tanto a Chela más que partido como cancionera le sacó muy buen dinero en malas inversiones y peores partidas de póquer.

"Obviamente la compañía quebró, pero Graciela se hizo amiga de la estrella del espectáculo, Ruth Delorche, 'que tenía el monte de Venus más hermoso del mundo', según me dijo La Bandida, y en 1933 pusieron un lugar denominado Las Mexicanitas. La primera se encargaba de la variedad y 'los platillos' y la Olmos de la administración.

"Era tal la belleza de Ruth, amante por entonces del general Calles, que Agustín Lara, deslumbrado e inspirado, le compuso Señora tentación. Graciela me contaba que muchas mujeres se han paqueteado con el cuento de que Agustín se inspiró en ellas, pero la verdad es que esa canción se la inspiró Ruth Delorche."

-¿Cómo empezó la relación entre tú y La Bandida?, pregunto a la polifacética Estrella Newman, biógrafa del increíble personaje en que se convirtió la persona de Graciela Olmos, y próxima a dar a la imprenta las confidencias que aquella le hizo.

"Carlos Madrazo, el político tabasqueño -contesta la también pintora y escultora-, me presentó con La Bandida cuando yo tenía unos 15 años de edad. Al poco tiempo la mujer me dijo: 'Eres la hija que hubiera querido tener', y nació una sólida amistad que duraría hasta su muerte, a los 67 años de ser la emperatriz de su propia existencia, luego de más de tres lustros de mantener una comunicación constante entre las dos. Me heredó gruesos rollos de película de Salvador Toscano sobre la Revolución, y poco después de su partida me puse a grabar todo lo que iba recordando. La única foto que tengo con ella nos la tomaron cuando yo tenía 18 años. Estamos con El Güero Batillas, uno de sus guardaespaldas.

"Me contaba Graciela -añade Estrella- que alrededor de 1935 decidió 'cerrar la fábrica y abstenerse de tener pareja y relaciones sexuales'. Apenas rebasaba los 40 años, pero más que por su físico creo que esa decisión obedeció a las experiencias vividas con hombres tras la muerte de su esposo, José Hernández El Bandido, quien además de general de Villa había sido maestro.


Las Mexicanitas


-Nos quedamos -le recuerdo a la maestra Newman- en que La Bandida y Ruth Delorche, 'la del monte de Venus más bello del mundo' pusieron en la ciudad de México un lugar llamado Las Mexicanitas.

-Allí Graciela empezó a generar simpatías con los empleados, meseros y policías, así como con los clientes, que lo mismo eran banqueros y funcionarios que poetas, escritores y periodistas. Su espíritu bohemio envolvía a cuantos iban a divertirse bebiendo y cantando, no nomás en busca de mujeres. Ello empezó a despertar los celos en la dotada Ruth, que no podía creer que personalidad y corridos mataran belleza.

"La gota se derramó cuando Ruth, luego de advertirle que no quería nada de parodias, llevó a La Bandida a una fiesta que daba el general Calles en Cuernavaca. Como Graciela Olmos descubriera entre los comensales a varios tenientes, capitanes y coroneles villistas convertidos ahora en generales e incrustados en el gobierno en turno, contrariada decidió estrenar su sentido corrido Siete leguas, que había compuesto en honor del Centauro del Norte, pues su lealtad a éste rebasó inclusive el amargo recuerdo de Celaya.

"En el gobierno cardenista se inició una fuerte campaña contra las casas de juego, que iban de la mano de las casas de citas, por lo que Graciela manejó sus negocios desde un penthouse del hotel Regis, por abajo del agua y pagando frecuentes multas para que sus hijitas fueran puestas en libertad inmediatamente. Unos meses antes de entregar el poder el general Cárdenas, con ayuda de los líderes Fidel Velázquez y Fernando Amilpa, Graciela Olmos abrió la casa de La Bandida.


Estrella Newman, el pistolero Guero Batillas y Graciela Olmos

"Pero decir casa es un decir. Hablamos de una residencia amplísima, reluciente de limpia, con funcional distribución, amplio comedor central, elegante bar, finas cortinas, siete cocineras, cien hermosas mujeres de planta, cien meseros, 60 guitarras, legiones de músicos y cantantes y 10 mil pesos diarios, de los años 40, para el almuerzo gratuito de sus hijotos, como llamaba a su personal.

"Teresa, Leticia, La Malinche, Esther, La Gata, La Valentina, Carmen, Laura, Linda, Aída, La Nancy, Consuelo, Mireya, La Rubia, Luisa La China, La Obsidiana, La Milagros, Nely, Ambar, María del Pueblito, La Bigotes, Rebeca, Urania, Consuelo, La Torera, Raquel... y muchas otras mujeres hermosas. No pocas de estas bellezas terminaron como artistas de cine y teatro, otras son actualmente señoras de sociedad, ricas y con hijos profesionistas. La Bandida las quería, las capacitaba y las cuidaba porque, decía, 'donde hay buenas putas no hay hambre'.

"En efecto, las hijitas de Graciela tenían que asistir todos los días a clases de estética y danza, con el maestro Alfonso Vargas; de natación, con René Muñiz, y de buenos modales y urbanidad con la maestra Rosita. De las calles de Durango debió cambiarse a la avenida Ejército Nacional y a otras ubicaciones, no sólo por el crecimiento de la ciudad, sino porque además había quejas, ya que muchos de los clientes echaban bala cuando estaban contentos.

"Otros abrieron casas y casinos y La Bandida, lejos de enojarse, les decía: 'Tú di que la casa es mía y verás que ya no te molestan', pues fue amiga y protegida de muchos, entre otros de Maximino Avila Camacho y del presidente Miguel Alemán. Todo lo que ganó, Graciela lo gastó y lo regaló. No era avara ni usurera, sino mujer de empresa, eficiente, pero desprendida."


Legión de compositores y músicos


Newman agrega: "Desde luego lo que más se conoce de la casa de La Bandida, antes que la coca y la mariguana que se consumían o los ricos y famosos que la frecuentaban, es la maravillosa legión de compositores, músicos y cantantes que ahí trabajaron para luego, gracias a su talento y a veces a las medidas radicales de la Olmos, saltar a la fama.


La Bandida con el trovador Raúl de la Rosa

"Compositores geniales como Agustín Lara, su amigo de siempre, no empleado, o Alvaro Carrillo, a quien yo llevé -precisa Newman-, o José Alfredo Jiménez, otro amigo entrañable; tríos espléndidos como Los Tres Ases, Los Panchos, Los Diamantes; intérpretes de lujo, como Marco Antonio Muñiz, Pepe Jara, Miguel Aceves Mejía, Carlos Lico, Beny Moré, a quien le encantaba ir a beber y a cantarles a las muchachas, Cuco Sánchez o Javier Solís.



"Renombrados actores y cómicos, pelotaris, tahúres, galleros y propietarios de caballos de carrera, eran sus amigos y clientes, así como Diego Rivera y Pablo Neruda. Y claro, figurones del toreo de esa época, como El Soldado, hermano espiritual de Graciela, Silverio, Garza y Manolete, que no era místico delante de las mujeres, sino pundonoroso delante de los toros.

"Cercana su muerte, serena e irónica, le dijo a un grupo de periodistas: 'Cabrones, a mí no me vayan a poner como heroína porque yo fui sólo cocaína'.

"Sin dinero -concluye Estrella Newman emocionada-, por casi todos olvidada, una noche de mayo de 1962 Graciela Olmos descansó de decirle sí a la vida. Fue amortajada por la madre superiora de un asilo de huérfanos al que Graciela ayudaba y llegó a darle los últimos auxilios, y a echar agua bendita sobre su féretro su hermano sacerdote, Benjamín, El Beato, como ella le decía. No pudo tener mejor epitafio que su propia inspiración:


Ya la enramada se secó

el cielo el agua le negó..."

La Bandida con Patricia de Alba

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